Estamos sufriendo en el mundo, una especie de plaga involucionista
que nos alarma a todos y cada uno/a de nosotros/as. Cuando leemos, bueno más
bien vemos en la televisión, noticias de las aportaciones legislativas de Donald
Trump en los Estados Unidos, o las propuestas que nos llegan de la cercana
Francia, del Frente Nacional, nos alarman y nos llegan de indignación.
También cuando nos planteamos desde nuestra conciencia el drama de los
refugiados, y como nuestra sociedad y nuestro país, está haciendo lo mínimo
para salvar su cuota de responsabilidad social, nos llegamos a enfadar y
manifestamos nuestro deseo, como ciudadanos de a pie, de que debería de
replantearse la política inmigratoria.
Pero conforme nos
acercamos en las reflexiones a puntos cercanos, comenzamos a ser más
comprensivos con según qué tipo de actitudes. Cuando las decisiones que toman
personas cercanas a mí, o yo mismo, pueden tacharse con el calificativo racista,
empiezo a ver las connotaciones y a aportar razones que justifican esa actitud.
Es lo normal, las cosas se juzgan muy asépticamente cuando son lejanas,
pero desde la cercanía, lo subjetivo nos hace ver muchos matices que no
calibramos cuando juzgamos lo externo a nosotros.
En la escuela se
ve muy claramente, ya exponía en la entrada anterior, como desde la visión de
padres, nos preocupa y mucho, cual va a ser el origen de los compañeros/as de
nuestros hijos/as, y muchas veces, la elección de centro, viene marcada por la
pertenencia social de la mayoría de los alumnos/as. Además, este estigma es
imposible de cambiar para un colegio. Si por razones de agrupación de viviendas
de protección social, un colegio matricula a una alta tasa de población con
necesidades sociales, en nuestra comunidad, niños/as inmigrantes y/o de
etnia gitana, aporte las novedades metodológicas que aporte, no va a dejar de
ser considerado el "colegio de los gitanos", y por ello, no va a
tener muchas solicitudes de matrícula, a no ser que la presión demográfica del
barrio donde está situado aporte alumnos/as derivados de otros centros. Lo que
en sí no es malo para el colegio, salvo porque el efecto integrador que puede
tener la escuela dentro de la sociedad se diluye. Si el centro se esfuerza en
realizar una gran cantidad de buenas prácticas, desde la motivación de atraer a
población "normalizada", estas buenas prácticas ahí quedan, para
beneficio de toda la comunidad educativa.
Se trata de una
realidad contrastada. Como padres o madres es normal que tengamos estos miedos,
¿pero no se trata de una actitud racista? ¿Si reflexionásemos y viésemos esa
actitud en los que están lejos de nosotros, no nos lo plantearíamos así?
¿Cómo docentes no nos debería dar igual trabajar en un centro que en otro, sin
imponer calificativos previos a algunos colegios? Sin duda si la Administración
tuviese en cuenta estas particularidades, e hiciese una consideración positiva
de los mismos a la hora de la dotación humana y material, sí, nos debería dar igual. Si con un dotación compensada, el proceso educativo puede ser igual o incluso mejor, ¿dónde está el problema?
De todas formas
tampoco debemos fustigarnos por hacer tenido o tener este tipo de actitudes, es
normal que las personas nos sintamos más cómodos entre los que son
iguales a nosotros, y desconfiemos de los que muestran diferencias, la
mayoría de las veces son costumbres y hábitos heredados, y por otra parte es
desconocimiento. Tan solo sería reprochable, cuando desde después de una
reflexión y con la certeza de que se ofrece una buena calidad de enseñanza, nos mantuviésemos en este tipo de actitudes.
Por otro lado está
el abuso de determinadas minorías para responsabilizar a los demás de sus actos
y actitudes con la calificación de racista, pero ese tema lo voy a dejar para
otra entrada. Desde el equipo directivo he tenido que soportar que me llamasen
racista, un montón de veces, por justificar la irresponsabilidad de algunas
familias en la educación de sus hijos/as.
Lo importante es
tener claro como somos, independientemente de la imagen que podamos dar en
algún momento.
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