UNA PEQUEÑA APORTACIÓN DESDE MI HUMILDE EXPERIENCIA, SOBRE COMO SE PUEDEN INTENTAR SOLUCIONAR LOS PEQUEÑOS PROBLEMAS DIARIOS QUE SE PRODUCEN EN LAS ESCUELAS.
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miércoles, 3 de mayo de 2017

LA IMPORTANCIA DEL ERROR Y LA FRUSTRACIÓN, O LA SOBREPROTECCIÓN DE LOS HIJOS

Los padres y las madres actuales sobreprotegen a sus hijos/as. Es un mantra que se repite constantemente y algo de realidad hay detrás de él. Sin duda, como padres no queremos que nuestros hijos pasen por malos momentos, pero creo que esto se debe a una actitud egoísta. Si mis hijos sufren, me produce angustia y malestar, y una forma de asegurarme mi comodidad afectiva, es evitar que ellos/as lo pasen mal. Así increparé a todas las personas y estamentos que les pongan en situaciones difíciles, aunque las mismas sean adecuadas en el proceso educativo. Pero ocultando la realidad no vamos a conseguir que desaparezca.
 La vida está llena de frustraciones, y es nuestro deber como docentes, configurar situaciones de aprendizaje que conlleven afrontar las mismas, para así, llegar a poder hacerlo de la forma más adecuada en el futuro.
Pensar en la felicidad de los niños/as como el único entorno en el que deben moverse es un gran error. Los alumnos/as no deben padecer situaciones de angustia como algo habitual en el mundo escolar. Recuerdo en mi infancia días duros en la escuela, con miedo a la bofetada que podía recibir si no había hecho bien los deberes o si cometía un error de cálculo a la hora de solucionar una operación aritmética. No  consiste en eso, pero tampoco en facilitar el camino sin que ninguna de las actividades pueda generar la más mínima frustración en los niños/as. Deben aprender a conllevar estas situaciones, y si logran hacerlo en la escuela, donde las consecuencias pueden mediatizarse y matizarse mejor que mejor. No pasa nada por obtener una mala calificación en un momento determinado, si logramos hacer entender en el niño/a que se trata de una consecuencia de una mala actitud. No pasa nada por aprender a realizar una evaluación sobre el proceso por parte del alumno/a a través de una frustración, donde comience a modificar actos y actitudes, donde aprenda que lo importante no es ser perfecto, por mucho que tus padres te quieran ver así, sino que es mucho más interesante ver cuando hemos actuado mal y saber como rectificarlo.
Nunca es conveniente buscar justificaciones externas a una mala conducta, aunque como padres lo busquemos como primera solución, es mucho más  importante aprender a ser empático, darnos cuenta de a quien ha afectado nuestra actitud, y hacer lo posible para reparar y compensar el daño causado con nuestra actuación.
 En las tutorías les digo a los padres/madres que no hay que estar sujetando a los niños/as para que no se caigan, que hay que dejarles caer, evitando que el golpe sea muy fuerte, eso sí, aunque deben llevárselo, y enseñarles a levantarse con rapidez y con más fuerza.
Cuando se accede a la edad adulta, la vida te golpea con multitud de injusticias en todos los campos, si desde pequeños hemos aprendido a afrontarlas, a conllevarlas y a sacar el máximo provecho de cada situación, intentando que nos genere la menor ansiedad posible, habremos recibido de la escuela la mejor de las enseñanzas.
Pero raramente se tiene en cuenta esta premisa, a veces los docentes nos instalamos en el sentido de la justicia que creemos que da una determinada calificación de una prueba escrita, nos subimos en un pedetal y nos mostramos inflexibles desde este punto. Esgrimimos que es problema del alumno/a y de su capacidad de esfuerzo, pero no le damos ninguna otra alternativa desde  nuestra posición en la escala escolar. La motivación al alumno debe ser otra, puesto que si no buscamos una alternativa pedagógica a esta situación, lograremos dos reacciones y las dos negativas. La primera una angustia hacia el fracaso que hemos descrito antes, con una paralización emocional por parte del alumno/a, casi siempre mal gestionada. La segunda una desafección hacia las tareas propuestas que acaba en el desinterés por lo escolar y el abandono futuro.
Todo esto es mejorable desde dos actuaciones docentes, individualizar el proceso y evaluar constantemente el mismo. Formar personas competentes debe centrarse en este punto como primer paso. No servirá  de nada conseguir que un alumno sea capaz, en un futuro, de solucionar un problema complejo, si no logramos, lo primero, que ante las dificultades, que seguro que le irán surgiendo, no se arrugue y desista del trabajo emprendido.
Para ello los docentes debemos ser conscientes, y enfocar el proceso educativo desde esta premisa. Por otro lado, los padres/madres tienen  que tirar del mismo carro, y en la sociedad actual no es lo habitual. No pueden excusar a sus hijos/as tras un error, no se debe apelar a excusas externas,  hay que asumir las imperfecciones de los hijos/as y aprovechar los fallos como elementos de partida sin llegar a  ver una falsa estigmatización de sus hijos/as. Educar no consiste en evitar que los niños/as vean las consecuencias de sus errores, educar es abrazarles, pero hacerles comprender la forma en la que deben actuar en un futuro para evitar cometerlos y explicarles que no pasa nada por afrontar las consecuencias de los mismos, si se ha reconocido que se puede actuar mejor.




IMAGEN ALBA LAMUELA


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